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La cálida caricia de los rayos del sol la despertó de algo que bien podría haber sido un
sueño caótico. Luna abrió los ojos y contempló un trozo de cielo abierto, enmarcado por
durmiendo aquí?”, se preguntó. Una ligera brisa sopló a través de las copas de los
árboles y le recorrió la piel como dedos fríos. Cayó en la cuenta de que estaba
Un viaje que en principio prometía ser una excusa más para faltar a clase, se había
convertido en una macabra odisea para ella. Primero perdida. Después mordida por un
Luna no recordaba los detalles con claridad. Mientras anduvo perdida en el bosque,
había acabado por dar con una hoguera, y un grupo de chavales. Un grupo de chavales
que… Que…
Un amargo sabor a bilis le llenaba la boca, y algo pegajoso le cubría el rostro, seco y
tirante.
Luna se puso en pie, tambaleante. La cabeza le daba vueltas y se sentía mareada, ante el
recuerdo repentino. Intentó hacer caso omiso a la jaqueca que poco a poco iba
“No… ¡No! ¡No, no, no, no, no!”, se repitió, histérica. “¡No puede ser…! ¡No pueden
duras penas con los brazos, el cuál temblaba como un flan. Lágrimas de pena, rabia,
vergüenza y dolor surcaban sus mejillas, como ríos desbordados. “¡¡No!!”, se volvió a
repetir. “¿¡Por qué a mí!? ¿¡Por qué!?”. Aferró con fuerza la hierba que brotaba del
suelo y la arrancó, con toda su rabia. “¿¡Por qué!? ¿¡Por qué!?” Golpeó el suelo con los
puños con toda la fuerza que pudo, hasta hacerse sangre. “¿¡Por qué!? ¿¡Por qué!? ¿¡Por
qué!?” Se sentía sucia. Mancillada. Contaminada. Su mera existencia era algo que la
clavó las uñas en los brazos y se arañó, rabiosa, mientras se mordía el labio con
amargura. El dolor físico era enorme, pero nada comparable al verdadero dolor que
Aquello era insoportable. Los arañazos la escocían, y Luna se acurrucó dolorida, en una
masa llorosa. Tumbada, comprimió su cuerpo todo lo que pudo, en forma de bola,
apretándolo con los brazos con todas sus fuerzas. Quería desaparecer. Ser tragada por la
tierra y desaparecer sin dejar rastro. “¿¡Por qué no me habrán matado!?”, se dijo, furiosa
consigo misma, con ellos y con el cruel mundo en el que vivía. Pronto no le quedaron
***
Podrían haber pasado segundos. Minutos. Horas. Días. Meses. Tal vez incluso años. Sea
como fuera, Luna se encontraba tumbada boca abajo en la hierba, con los ojos abiertos y
la mente cerrada. Sus lágrimas habían cesado, pues ya no era capaz de derramar más, y
llevaba en esa postura un buen rato, sin pensar en nada, a ver si con un poco de suerte
nauseas. Era un olor que conocía. Había olido algo similar, mal disimulado con perfume
y mezclado con el aroma de los crisantemos, hacía ya nueve años, durante el entierro de
movió por puro instinto hasta la fuente de aquel nauseabundo olor. No tuvo que andar
mucho para llegar al lugar. Era el mismo claro en el que la noche anterior la habían…
La habían… Luna habría llorado tras volver a rememorar la escena, por enésima vez, de
quedarle alguna lágrima que derramar. Al llegar al claro, contempló el panorama, con
una mirada ausente. Si bien la escena olía terriblemente mal, su visión era mil veces
peor. Aquello era dantesco, pero a Luna no parecía importarle. Ya ni recordaba lo que
El suelo estaba teñido de rojo por doquier. Girones de ropa y carne se encontraban
dispersos por todo el lugar. Luna avanzó, tapándose la nariz con el reverso de la mano
derecha.
Al primero que vio fue a Manu. El cadáver de aquel “armario” de casi dos metros de
alto se encontraba a unos cuatro metros de ella. Bueno, no era la totalidad de este. El
cuerpo había sido violentamente partido en dos. La mitad superior se encontraba boca
arriba, mirando con ojos muertos el azul del cielo. La mitad inferior, de cintura para
abajo, se encontraba a unos cinco metros de la primera. Luna fue capaz de ver como la
columna vertebral, junto con una pequeña parte del intestino grueso, sobresalían hacia la
aquella voz femenina. Luego cayó en la cuenta de que estaba sola y que había
también bocarriba, más hinchado aún que cuando estaba vivo. Las tripas se le salían
hacia afuera, y el cadáver se asemejaba a una especie de piñata hedionda. Por alguna
Tras echar un vistazo por los alrededores, dio con un tercer cadáver. El cuerpo de Tony
llevaba, hecha girones. Luna se fijó en la herida. Parecía una especie de mordisco, que
le había arrancado la carne del cuello y parte del hombro. El resto del cuerpo era un
las termitas.
recordaba que tuviera motivos para sonreír, pero aún así lo hizo.
Apartó la mirada del cadáver y echó un vistazo a su alrededor. Todo el claro estaba
salpicado de sangre. Había contado tres cadáveres. Faltaba uno, pero por más que
miraba, no era capaz de dar con él. Observó detenidamente el suelo del claro. Había
huellas de pisadas por todas partes, y Luna se fijó en unas que parecían alejarse del
lugar. Decidió seguirlas, para ver adonde llevaban, y se percató de que a la mitad del
recorrido, aparecían unas nuevas huellas. Estas no estaban marcadas en la tierra, sino
que estaban dibujadas con sangre. Eran unas huellas animales, zarpas, de un tamaño que
jamás había visto. Mientras que las huellas humanas seguían su recorrido, las huellas
seguido por las primeras huellas, alzó la vista hacia adelante y vio a lo lejos un cadáver
El cuerpo del tal “Chechu” estaba tendido sobre un gran charco de sangre. Presentaba
una herida enorme que le iba desde el omoplato hasta la cadera, en diagonal. Parecía un
enorme zarpazo. Luna supuso que era lo que lo había matado. Apartó la vista del
cadáver y miró hacia el claro. Podía verse con claridad el recorrido del muchacho en su
huida, seguido muy de cerca por las huellas animales, hasta el punto en el que estas se
perdían. Casi pudo imaginarse la carrera del chico, en su intento por salvar la vida, y el
horror y el terror que tuvo que sentir en aquel momento. Luna volvió a mirar el cadáver.
La cabeza estaba girada a la derecha, con los ojos abiertos. Pudo ver la expresión de
sorpresa y horror que había quedado dibujada en el rostro del muchacho, casi infantil.
- Pudiste correr, - le dijo a aquel cuerpo sin vida, no sabría decir si llevada por el
***
Luna ya no tenía claro en qué creer. Poco a poco estaba recuperando los ánimos, y con
ellos, la cabeza. Pero ahora que tenía de nuevo ésta, no paraba de hacerse preguntas.
Todo había pasado demasiado rápido, y aún así, se le presentaba como si hubiera pasado
una eternidad. No llevaba puesto el reloj, pero por la luz que había, hubiera jurado que
no eran más de las diez de la mañana. Hacía poco más de una docena de horas antes,
había estado discutiendo con su compañero de clase sobre qué camino seguir. Poco
después se había perdido, y se había encontrado con un hermoso lobo que había
resultado ser un jodido perro rabioso. Y por si fuera poco, ya bien entrada la noche, se
había topado con un grupo de despreciables que habían intentado violarla. O al menos
Luna rezaba porque todo hubiera quedado en un “intento”, ya que ahora esos chavales
estaban muertos y ella no. Si algo tenía claro es que seguía viva, para su fortuna o
Sea lo que fuera que había acabado con la vida de esos tíos, a ella la había pasado por
alto. Es más, teniendo en cuenta el lugar en el cuál había despertado, juraría que de
alguna forma la había puesto a salvo. “No precisamente en el mejor lugar”, se dijo ella,
pero al menos conservaba el pellejo, algo a lo que Luna al menos tenía cierta estima.
Mientras seguía caminando, tras haber abandonado el lugar asqueada ante aquel hedor,
resultara muy desagradable, pero oler olían mal de la hostia; se puso a pensar en quién o
qué podría haber sido su salvador. La idea más plausible era que todo hubiera sido obra
de aquel lobo blanco, el único ser con el que había mantenido contacto en el bosque
antes de toparse con aquella gentuza. Pero pese a que el cabrón del bicho había tenido el
cabo semejante carnicería. Además, en vista de las heridas, las huellas y en general el
aspecto que presentaban aquellos cuerpos sin vida, lo que quiera que les hubiera matado
tenía que ser mucho más grande, más fiero y más fuerte. En base a esto, Luna se
perdido lo poco que pudiera haber tenido de humanidad, sus pasos terminaron por
llevarla a una zona más abierta del bosque. Un riachuelo de cierta profundidad, recorría
con rapidez la cavidad que separaba los dos lados de tierra, y algún que otro pez
No solo volvía a estar perdida, en vista a que su mente estaba algo embotada a causa de
todo lo ocurrido y no funcionaba como debía, sino que encima no llevaba nada encima.
Aquello no era el Edén, y los taparrabos en forma de hoja no abundaban por la zona. Y
a ver quién tenía los ovarios de presentarse en el refugio de esa guisa. A menos que su
amigo “Samu” hubiera convencido a toda la clase para montar una bacanal en plena
excursión, cumpliendo así su fantasía sexual más enfermiza, Luna pasaría a ser el
hazmerreír de la clase. Tendría que cambiarse de centro y puede que incluso de ciudad,
y volver a empezar desde cero, lo cual resultaba una lata, estando ya en su último año de
instituto. “Si así están las cosas, hubiera sido mejor que yo también hubiera muerto”, se
dijo. “Al menos no tendría que estar pensando en una solución para este problema.”
Como no tenía nada mejor que hacer y lo más probable es que estuviera realmente
sucia, además de que se le había pegado un poco del olor a muerto, decidió tomar un
baño en aquel riachuelo, dado que la naturaleza parecía estar llamándola guarra de una
Las aguas del riachuelo fluían con fuerza y le cubrían el cuerpo a la mitad, y Luna notó
la caricia fría de estas de cintura para abajo. Contempló sus brazos y manos y vio que
estos estaban manchados de sangre reseca. Metió la mano en el agua y borró con esta la
suciedad de su cuerpo. Se masajeó con ambas manos mojadas los brazos, las piernas, el
vientre, el pecho y el cuello, en un intento de liberar la tensión acumulada, ya que
No sabía de quién era el rostro que le devolvía la mirada desde el agua, pero sin duda no
se parecía al suyo. Manchas de sangre reseca cubrían aquel rostro de forma parcial, y
una gran barba roja de sangre coagulada le decoraba las comisuras de la boca y la
barbilla. “¿Quién es esa?”, pensó. Antes de seguir contemplando aquella horrible visión,
Luna se mojó la cara con rápido nerviosismo, intentando borrar aquel rostro de
pesadilla. Cuando ya le dolía la cara de tanto frotarla, apartó las manos y, con lentitud,
volvió a abrir los ojos, temerosa. Su “otra yo” le devolvía la cara de suspense, con el
rostro mojado. Era ella. Luna dio un suspiro, aliviada, y siguió frotándose el resto del
se dijo. Su rostro estaba tal y como lo recordaba antes de salir de casa el día antes. Uno
de los chavales de la noche anterior, Tony, recordaba que se llamaba, la había roto la
nariz de un guantazo. Pero ella estaba igual que la mañana de aquel día. Con la nariz
intacta, igual de respingona que siempre. Luna recordó otra cosa, y volvió a verse los
Luego se palpó las costillas y vio que no había señales de rotura. Ni siquiera sintió un
pinchazo de dolor, pese a la brutal paliza que había recibido la noche anterior. Por
último, observó la herida del antebrazo derecho, la que le había causado el mordisco
del lobo. La herida había cicatrizado con rapidez. Presentaba un buen aspecto, pero se
mantenía visible. Parecía la única señal de que lo que había vivido aquella noche era
real.
Sus heridas habían desaparecido, pero la marca del mordisco seguía visible. Algo no
encajaba. Debería estar magullada y dolorida, pero no sentía dolor alguno. Lo único que
le había dejado como recuerdo la noche anterior era una ligera jaqueca, un poco de
carne reseca. Luna volvió a mirar su reflejo en el agua. Se pasó la lengua por los dientes
y notó restos de comida. Enseñó los dientes a su reflejo, y este le devolvió la sonrisa,
con restos de algo que le pareció carne. Luna no recordaba haber comido nada desde el
De pronto, comenzó a ver los acontecimientos de la pasada noche con otros ojos.
Recordó los cadáveres, y la forma en la que parecían haber muerto. Recordó su rostro
mordisco que había recibido de él. Y, sobre todo, recordó la luna. Aquella luna que se
había alzado más grande y llena de lo que ella había visto en su vida. Aquella luna que
No había que ser un genio para enlazar ideas. El lobo, el mordisco, la luna llena… Al
amanecer, aquellos cuatro chicos estaban muertos, y ella viva. Viva, pero ilesa. Viva,
pero empapada de sangre. Viva, pero con un rancio sabor a carne en la…
Una profunda arcada le sobrevino y Luna dobló el cuerpo hacia un lado para vomitar.
“¿Qué ha pasado?”, pensó. “¿¡Qué coño ha pasado!?”. Luna vio el vomito sobre las
piedras, y con el olor le sobrevino otra arcada. “¿Qué es esto? ¿¡Por qué estoy
hecho. “No. ¡No he comido nada!”, las imágenes de los cuerpos sin vida de aquellos
cuatro chavales pasaron de forma fugaz por su mente, una detrás de otra. “No.”, se llevó
las manos a la cabeza, intentando borrar aquellas visiones. “¡No! ¡¡No!! ¡¡¡NO!!!”.
ensangrentado reflejo en el agua. Algo había pasado. Algo terrible que la afectaba de
lleno. “¿Qué he hecho?”, pensó, mientras los árboles pasaban fugazmente a su
alrededor. “¿¡Qué demonios he hecho!?”. Corría con los ojos anegados en lágrimas. Los
las plantas de los pies. Luna notó como cada vez iba más deprisa. Estaba llegando al
lindero del bosque. Apunto de huir de aquel maldito lugar. Pero los rostros muertos de
- No – les dijo en voz alta – Dejadme… ¡Dejadme en paz! – su pie tropezó con un
tronco caído y Luna cayó al suelo. Lo último que vio fue el pedrusco que la
***
La luz que entraba por la ventana la hizo desperezarse en su lecho, y Luna abrió los
- Vaya, ¿por fin te has despertado? – la saludó una mujer anciana ya bien entrada
en los setenta, por el aspecto - ¿Qué tal has dormido? – Luna parpadeó varias
grano, aunque aún estaba algo confusa - ¿Podría decirme dónde estoy y cómo he
llegado a aquí? – dijo con una sonrisa forzada. Tenía que mantener una cierta
fachada de educación, cosa que no se le daba bien, pero creía que el intento
pero soy yo quién lleva las riendas del hogar, no sé si me entiendes – la sonrió –
Estás en la granja de “Soto de Luna”, propiedad de la familia González Montilla.
mañana a cazar conejos, con mi nieto – Luna se palpó el cuerpo al recordar que
había vagado por el bosque desnuda. Notó el roce de la tela – El pijama que
llevas era de mi hija. Es una suerte que tengas la misma talla que ella – la sonrió
Luna ya había tenido el tiempo suficiente para asimilar todo lo que había pasado
- Pues, son las cinco de la tarde, mi marido te trajo a eso de las dos… Pues no lo
sé, la verdad – fue su respuesta – Supongo que sería más apropiado preguntarme
“Jueves veintitrés”, pensó Luna. “Ayer noche fue veintidós. No he dormido tanto”,
se dijo aliviada. Después recordó que la anciana también estaría algo intrigada
respecto a ella.
- Bien. En primer lugar, ¿quién eres tú? – Luna puso cara de perplejidad. Pensaba
que aquella vieja iba a malmeter más, ¿pero preguntar algo tan simple? Luego
cayó en la cuenta de que era lo más lógico. Lo había perdido todo: mochila,
- Me llamo Luna – se presentó - Luna Losada Del Valle, si quiere más detalles.
acabé separándome del resto del grupo – no era del todo mentira.
- Ah, pues eso no está muy lejos de aquí – dijo la anciana – Si quieres mi marido
- ¡Insisto! – le cortó la mujer – Piensa que tus profesores deben estar en vilo, más
siendo una menor como eres. Cuando vuelva de enterrar a unas ovejas, le diré
- Sí, bueno. Verás, mi marido le tiene mucho apego a los animales que cría y…
- Vaya, lo siento – Luna nunca había tenido animales de compañía. No sabía si los
animales de granja serían algo comparable, pero bueno, tampoco quería parecer
- Ah, no, que va – contestó la mujer – Verás, la otra noche nos despertamos ante
los balidos que venían de fuera. Por lo visto, un lobo se había colado en el redil
con la escopeta y cuando lo vio, se meo en los pantalones – una ligera sonrisa se
le dibujo en el rostro – Sí, sí, tal y como lo oyes. Se meo – puntualizó – Yo no lo
vi, pero por lo visto aquel lobo era inmenso. Mi Paco dijo que casi parecía un
al bicho, y lo único que consiguió fue cabrearle más. Me dijo que cuando
aquella bestia estaba a punto de saltarle encima, algo la hizo cambiar de idea y
Otra vez un lobo. ¿Por qué? Aquello parecía no dejar de martirizarla. Sea como fuera, la
descripción encajaba con el posible asesino de aquellos cuatro chavales. Y sea lo que
fuera, parecía un aliado suyo, al no haberla hecho nada. Pero Luna no podía olvidar
como había amanecido esa mañana. Ni podía olvidar el reflejo de su rostro manchado
de sangre. Ni el mordisco de aquel lobo. Ni la visión de la luna llena. Sí, aquella cosa
podría ser una bestia salvaje que la había echado una mano altruista. Pero por lo que a
ella respectaba, también podía tratarse de… “¡No!”, pensó firmemente. No quería
volver a aquellas ideas. Ya había salido de aquello. Estaba más cerca de sus compañeros
y de casa. Preferiría que aquella noche y la mañana de aquel día se quedaran sólo en
pensamientos.
esto se marchó.
Como no tenía nada que hacer, decidió hacer caso a la anciana y cogió el álbum que
tenía más cerca. “2005-2010”, rezaba el título. Luna miró la primera página. Era una
foto de familia en la que aparecía la amable ancianita, junto a los que parecían ser su
marido, hijos, yernos, nueras y nietos. Otras fotos mostraban a un pequeño de unos
tres años jugando con los regalos de reyes. Alguna que otra foto de cumpleaños.
Luna se dio cuenta que el álbum presentaba una elaborada organización en meses y
años. Cada nuevo año, arrancaba con un nuevo retrato de familia, y se percató de
que una de las mujeres de la foto, que aparentaría unos cuarenta años a lo sumo,
dejaba de aparecer en las fotos a partir del 2007. Intrigada, siguió pasando las
páginas hasta que llegó a una que la hizo detenerse en seco. Sentado en un taburete,
con el traje de faena, Manu, el chaval que había amanecido despedazado aquella
mañana, aparecía con un rostro de total seriedad mientras ordeñaba a una vaca. Luna
se quedó perpleja. Volvió a mirar los retratos de familia con más detenimiento, y allí
estaba, siempre con una sonrisa forzada, el tal Manu. El ruido de la puerta al abrirse
- Aquí está la sopa – anunció sonriente la anciana. – Ten cuidado que quema –
dejó una bandejita con el plato de sopa, los cubiertos y unas servilletas en la
mesilla de noche a su izquierda – Ah, ¿has mirado el álbum? ¿A que tengo unos
lo ofreció a la anciana.
- ¿Podría decirme cómo se llaman? – la preguntó, con una sonrisa que pretendía
ser cortés.
- Oh, claro – dijo la anciana – Este es Javier – dijo señalando a un niño rubito, que
niña morena de unos diez u once años – Son los hijos de mi hijo Julián, el
Manu que ella conocía – Son los hijos de mi yerno José y mi hija Gloria, que en
paz descanse – Luna se fijó en que aquella era la mujer que faltaba en los
cuarenta.
llevamos muy mal en su día, pero los que peor lo pasaron fueron sus hijos, en
sé que es joven y mayor de edad, pero ayer salió a eso de las ocho y mira que
horas son, ¡casi las seis y aún no ha vuelto! - “Tu nieto está muerto”, habría
- ¡Oh! – exclamó la anciana – Ese debe ser mi Paco – señaló – Bueno niña, te
dejo. Cómete esa sopa y ahora te traigo algo de ropa para que te vistas.
Recordó la advertencia que el chico le había lanzado a Tony la noche anterior. “Ten
cuidado, Tony”, había dicho. “¡La loba sabe defenderse!”. Luna cerró el álbum, con
“Nacida en Luna Llena”. Novela online. Andrés Jesús Jiménez Atahonero. Todos los derechos reservados.