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CAPÍTULO SEGUNDO: RECUERDOS Y DESPERTARES

La cálida caricia de los rayos del sol la despertó de algo que bien podría haber sido un

sueño caótico. Luna abrió los ojos y contempló un trozo de cielo abierto, enmarcado por

las copas de los árboles. Se incorporó perezosa y miró a su alrededor.

Se encontraba en mitad de lo que parecía ser el claro de un bosque. “¿Qué hago yo

durmiendo aquí?”, se preguntó. Una ligera brisa sopló a través de las copas de los

árboles y le recorrió la piel como dedos fríos. Cayó en la cuenta de que estaba

completamente desnuda. Entonces lo recordó.

Un viaje que en principio prometía ser una excusa más para faltar a clase, se había

convertido en una macabra odisea para ella. Primero perdida. Después mordida por un

lobo. Y luego… ¿Qué había pasado luego?

Luna no recordaba los detalles con claridad. Mientras anduvo perdida en el bosque,

había acabado por dar con una hoguera, y un grupo de chavales. Un grupo de chavales

que… Que…

Un escalofrío la recorrió todo el cuerpo, y las náuseas se apoderaron de su estómago.

Un amargo sabor a bilis le llenaba la boca, y algo pegajoso le cubría el rostro, seco y

tirante.

Luna se puso en pie, tambaleante. La cabeza le daba vueltas y se sentía mareada, ante el

recuerdo repentino. Intentó hacer caso omiso a la jaqueca que poco a poco iba

experimentando, y trato de pensar con frialdad. Estaba completamente sola en el


bosque. Desnuda y sin ninguna pertenencia visible a su alrededor. Y los chavales del

recuerdo… En aquel recuerdo, aquellos chavales la iban a…

“No… ¡No! ¡No, no, no, no, no!”, se repitió, histérica. “¡No puede ser…! ¡No pueden

haber…! ¡¡¡NO!!!”, Luna se derrumbó. Cayó de rodillas al suelo y sostuvo su cuerpo a

duras penas con los brazos, el cuál temblaba como un flan. Lágrimas de pena, rabia,

vergüenza y dolor surcaban sus mejillas, como ríos desbordados. “¡¡No!!”, se volvió a

repetir. “¿¡Por qué a mí!? ¿¡Por qué!?”. Aferró con fuerza la hierba que brotaba del

suelo y la arrancó, con toda su rabia. “¿¡Por qué!? ¿¡Por qué!?” Golpeó el suelo con los

puños con toda la fuerza que pudo, hasta hacerse sangre. “¿¡Por qué!? ¿¡Por qué!? ¿¡Por

qué!?” Se sentía sucia. Mancillada. Contaminada. Su mera existencia era algo que la

repugnaba. Su piel le resultaba algo odioso, le daban ganas de arrancársela a tiras. Se

clavó las uñas en los brazos y se arañó, rabiosa, mientras se mordía el labio con

amargura. El dolor físico era enorme, pero nada comparable al verdadero dolor que

sentía. “¿¡Por… qué…a…mí!?”, se dijo de forma entrecortada, entre llantos.

Aquello era insoportable. Los arañazos la escocían, y Luna se acurrucó dolorida, en una

masa llorosa. Tumbada, comprimió su cuerpo todo lo que pudo, en forma de bola,

apretándolo con los brazos con todas sus fuerzas. Quería desaparecer. Ser tragada por la

tierra y desaparecer sin dejar rastro. “¿¡Por qué no me habrán matado!?”, se dijo, furiosa

consigo misma, con ellos y con el cruel mundo en el que vivía. Pronto no le quedaron

fuerzas para seguir maldiciendo o autolesionándose, y se limitó a llorar. A llorar como

no había llorado nunca, con la esperanza de quedarse seca por dentro.

***

Podrían haber pasado segundos. Minutos. Horas. Días. Meses. Tal vez incluso años. Sea

como fuera, Luna se encontraba tumbada boca abajo en la hierba, con los ojos abiertos y
la mente cerrada. Sus lágrimas habían cesado, pues ya no era capaz de derramar más, y

llevaba en esa postura un buen rato, sin pensar en nada, a ver si con un poco de suerte

acaba formando parte del paisaje.

Mientras permanecía así, emulando a un cadáver, un fuerte olor dulzón le llegó a la

nariz. Era un olor realmente desagradable. Un simple olfateo de aquello la provocó

nauseas. Era un olor que conocía. Había olido algo similar, mal disimulado con perfume

y mezclado con el aroma de los crisantemos, hacía ya nueve años, durante el entierro de

su difunta madre. Era el olor de la muerte.

Luna se levantó lentamente, dando órdenes a su cuerpo como si este no le perteneciera.

En aquel momento no tenía la cabeza para hacer ningún razonamiento relevante, y se

movió por puro instinto hasta la fuente de aquel nauseabundo olor. No tuvo que andar

mucho para llegar al lugar. Era el mismo claro en el que la noche anterior la habían…

La habían… Luna habría llorado tras volver a rememorar la escena, por enésima vez, de

quedarle alguna lágrima que derramar. Al llegar al claro, contempló el panorama, con

una mirada ausente. Si bien la escena olía terriblemente mal, su visión era mil veces

peor. Aquello era dantesco, pero a Luna no parecía importarle. Ya ni recordaba lo que

era “mostrar sorpresa”.

El suelo estaba teñido de rojo por doquier. Girones de ropa y carne se encontraban

dispersos por todo el lugar. Luna avanzó, tapándose la nariz con el reverso de la mano

derecha.

Al primero que vio fue a Manu. El cadáver de aquel “armario” de casi dos metros de

alto se encontraba a unos cuatro metros de ella. Bueno, no era la totalidad de este. El

cuerpo había sido violentamente partido en dos. La mitad superior se encontraba boca

arriba, mirando con ojos muertos el azul del cielo. La mitad inferior, de cintura para
abajo, se encontraba a unos cinco metros de la primera. Luna fue capaz de ver como la

columna vertebral, junto con una pequeña parte del intestino grueso, sobresalían hacia la

superficie. Las piernas de Manu estaban comprimidas y arqueadas de forma antinatural,

como si una fuerza inmensa las hubiera apretado hasta quebrarlas.

- La misma fuerza que lo ha partido por la mitad - Luna se sobresaltó al oír

aquella voz femenina. Luego cayó en la cuenta de que estaba sola y que había

sido un mero pensamiento suyo, en voz alta.

El chaval gordo se encontraba a pocos metros de la mitad inferior de Manu. Yacía

también bocarriba, más hinchado aún que cuando estaba vivo. Las tripas se le salían

hacia afuera, y el cadáver se asemejaba a una especie de piñata hedionda. Por alguna

razón, lo encontraba cómico.

Tras echar un vistazo por los alrededores, dio con un tercer cadáver. El cuerpo de Tony

yacía apoyado contra el tronco de un árbol. Tenía el cuello ladeado a la izquierda en un

arco imposible. Una profunda herida en la garganta le empapaba la sudadera que

llevaba, hecha girones. Luna se fijó en la herida. Parecía una especie de mordisco, que

le había arrancado la carne del cuello y parte del hombro. El resto del cuerpo era un

amasijo de carne muerta. Brazos y piernas estaban arqueados en posturas extravagantes,

retorcidos de manera estrambótica. Parecía una marioneta desmadejada, carcomida por

las termitas.

Los músculos de la mandíbula de Luna se tensaron, formando una sonrisa. No

recordaba que tuviera motivos para sonreír, pero aún así lo hizo.

Apartó la mirada del cadáver y echó un vistazo a su alrededor. Todo el claro estaba

salpicado de sangre. Había contado tres cadáveres. Faltaba uno, pero por más que

miraba, no era capaz de dar con él. Observó detenidamente el suelo del claro. Había
huellas de pisadas por todas partes, y Luna se fijó en unas que parecían alejarse del

lugar. Decidió seguirlas, para ver adonde llevaban, y se percató de que a la mitad del

recorrido, aparecían unas nuevas huellas. Estas no estaban marcadas en la tierra, sino

que estaban dibujadas con sangre. Eran unas huellas animales, zarpas, de un tamaño que

jamás había visto. Mientras que las huellas humanas seguían su recorrido, las huellas

animales iban perdiendo definición según Luna avanzaba. Fijándose en el trayecto

seguido por las primeras huellas, alzó la vista hacia adelante y vio a lo lejos un cadáver

que yacía bocabajo en el suelo.

El cuerpo del tal “Chechu” estaba tendido sobre un gran charco de sangre. Presentaba

una herida enorme que le iba desde el omoplato hasta la cadera, en diagonal. Parecía un

enorme zarpazo. Luna supuso que era lo que lo había matado. Apartó la vista del

cadáver y miró hacia el claro. Podía verse con claridad el recorrido del muchacho en su

huida, seguido muy de cerca por las huellas animales, hasta el punto en el que estas se

perdían. Casi pudo imaginarse la carrera del chico, en su intento por salvar la vida, y el

horror y el terror que tuvo que sentir en aquel momento. Luna volvió a mirar el cadáver.

La cabeza estaba girada a la derecha, con los ojos abiertos. Pudo ver la expresión de

sorpresa y horror que había quedado dibujada en el rostro del muchacho, casi infantil.

- Pudiste correr, - le dijo a aquel cuerpo sin vida, no sabría decir si llevada por el

odio, por la pena, o tal vez por la lógica – pero no lo suficiente.

***

Luna ya no tenía claro en qué creer. Poco a poco estaba recuperando los ánimos, y con

ellos, la cabeza. Pero ahora que tenía de nuevo ésta, no paraba de hacerse preguntas.

Todo había pasado demasiado rápido, y aún así, se le presentaba como si hubiera pasado

una eternidad. No llevaba puesto el reloj, pero por la luz que había, hubiera jurado que
no eran más de las diez de la mañana. Hacía poco más de una docena de horas antes,

había estado discutiendo con su compañero de clase sobre qué camino seguir. Poco

después se había perdido, y se había encontrado con un hermoso lobo que había

resultado ser un jodido perro rabioso. Y por si fuera poco, ya bien entrada la noche, se

había topado con un grupo de despreciables que habían intentado violarla. O al menos

Luna rezaba porque todo hubiera quedado en un “intento”, ya que ahora esos chavales

estaban muertos y ella no. Si algo tenía claro es que seguía viva, para su fortuna o

desgracia. ¿Pero por qué?

Sea lo que fuera que había acabado con la vida de esos tíos, a ella la había pasado por

alto. Es más, teniendo en cuenta el lugar en el cuál había despertado, juraría que de

alguna forma la había puesto a salvo. “No precisamente en el mejor lugar”, se dijo ella,

pero al menos conservaba el pellejo, algo a lo que Luna al menos tenía cierta estima.

Mientras seguía caminando, tras haber abandonado el lugar asqueada ante aquel hedor,

dado que en vistas de lo ocurrido la visión de aquellos cadáveres tampoco es que le

resultara muy desagradable, pero oler olían mal de la hostia; se puso a pensar en quién o

qué podría haber sido su salvador. La idea más plausible era que todo hubiera sido obra

de aquel lobo blanco, el único ser con el que había mantenido contacto en el bosque

antes de toparse con aquella gentuza. Pero pese a que el cabrón del bicho había tenido el

descaro de morderla a traición, Luna no se lo imaginaba como un ser capaz de llevar a

cabo semejante carnicería. Además, en vista de las heridas, las huellas y en general el

aspecto que presentaban aquellos cuerpos sin vida, lo que quiera que les hubiera matado

tenía que ser mucho más grande, más fiero y más fuerte. En base a esto, Luna se

quedaba sin más posibles candidatos a “asesino honoris causa”.


En medio de aquel cavilar enfermizo, en el cuál comenzaba a preguntarse si había

perdido lo poco que pudiera haber tenido de humanidad, sus pasos terminaron por

llevarla a una zona más abierta del bosque. Un riachuelo de cierta profundidad, recorría

con rapidez la cavidad que separaba los dos lados de tierra, y algún que otro pez

remontaba la corriente juguetón. “La lástima es que no os ahogáis”, tuvo ganas de

soltarles a aquellos peces. Estaba de un humor de perros.

No solo volvía a estar perdida, en vista a que su mente estaba algo embotada a causa de

todo lo ocurrido y no funcionaba como debía, sino que encima no llevaba nada encima.

Aquello no era el Edén, y los taparrabos en forma de hoja no abundaban por la zona. Y

a ver quién tenía los ovarios de presentarse en el refugio de esa guisa. A menos que su

amigo “Samu” hubiera convencido a toda la clase para montar una bacanal en plena

excursión, cumpliendo así su fantasía sexual más enfermiza, Luna pasaría a ser el

hazmerreír de la clase. Tendría que cambiarse de centro y puede que incluso de ciudad,

y volver a empezar desde cero, lo cual resultaba una lata, estando ya en su último año de

instituto. “Si así están las cosas, hubiera sido mejor que yo también hubiera muerto”, se

dijo. “Al menos no tendría que estar pensando en una solución para este problema.”

Como no tenía nada mejor que hacer y lo más probable es que estuviera realmente

sucia, además de que se le había pegado un poco del olor a muerto, decidió tomar un

baño en aquel riachuelo, dado que la naturaleza parecía estar llamándola guarra de una

forma bastante sutil.

Las aguas del riachuelo fluían con fuerza y le cubrían el cuerpo a la mitad, y Luna notó

la caricia fría de estas de cintura para abajo. Contempló sus brazos y manos y vio que

estos estaban manchados de sangre reseca. Metió la mano en el agua y borró con esta la

suciedad de su cuerpo. Se masajeó con ambas manos mojadas los brazos, las piernas, el
vientre, el pecho y el cuello, en un intento de liberar la tensión acumulada, ya que

notaba el cuerpo más agarrotado de lo normal. Al llegar a la cara, contempló su reflejo

en las aguas y se horrorizó.

No sabía de quién era el rostro que le devolvía la mirada desde el agua, pero sin duda no

se parecía al suyo. Manchas de sangre reseca cubrían aquel rostro de forma parcial, y

una gran barba roja de sangre coagulada le decoraba las comisuras de la boca y la

barbilla. “¿Quién es esa?”, pensó. Antes de seguir contemplando aquella horrible visión,

Luna se mojó la cara con rápido nerviosismo, intentando borrar aquel rostro de

pesadilla. Cuando ya le dolía la cara de tanto frotarla, apartó las manos y, con lentitud,

volvió a abrir los ojos, temerosa. Su “otra yo” le devolvía la cara de suspense, con el

rostro mojado. Era ella. Luna dio un suspiro, aliviada, y siguió frotándose el resto del

cuerpo. De pronto dio un respingo y volvió a observar su reflejo. “¿Cómo es posible?”,

se dijo. Su rostro estaba tal y como lo recordaba antes de salir de casa el día antes. Uno

de los chavales de la noche anterior, Tony, recordaba que se llamaba, la había roto la

nariz de un guantazo. Pero ella estaba igual que la mañana de aquel día. Con la nariz

intacta, igual de respingona que siempre. Luna recordó otra cosa, y volvió a verse los

brazos. Las heridas que se había auto-infringido al poco de despertar ya no estaban.

Luego se palpó las costillas y vio que no había señales de rotura. Ni siquiera sintió un

pinchazo de dolor, pese a la brutal paliza que había recibido la noche anterior. Por

último, observó la herida del antebrazo derecho, la que le había causado el mordisco

del lobo. La herida había cicatrizado con rapidez. Presentaba un buen aspecto, pero se

mantenía visible. Parecía la única señal de que lo que había vivido aquella noche era

real.

Sus heridas habían desaparecido, pero la marca del mordisco seguía visible. Algo no

encajaba. Debería estar magullada y dolorida, pero no sentía dolor alguno. Lo único que
le había dejado como recuerdo la noche anterior era una ligera jaqueca, un poco de

amnesia, la marca de aquel mordisco, y un cierto sabor a rancio en la boca, como a

carne reseca. Luna volvió a mirar su reflejo en el agua. Se pasó la lengua por los dientes

y notó restos de comida. Enseñó los dientes a su reflejo, y este le devolvió la sonrisa,

con restos de algo que le pareció carne. Luna no recordaba haber comido nada desde el

mediodía del día anterior.

De pronto, comenzó a ver los acontecimientos de la pasada noche con otros ojos.

Recordó los cadáveres, y la forma en la que parecían haber muerto. Recordó su rostro

ensangrentado, reflejado en el espejo de aquel riachuelo. Recordó a aquel lobo, y el

mordisco que había recibido de él. Y, sobre todo, recordó la luna. Aquella luna que se

había alzado más grande y llena de lo que ella había visto en su vida. Aquella luna que

era lo último que recordaba de la noche anterior.

No había que ser un genio para enlazar ideas. El lobo, el mordisco, la luna llena… Al

amanecer, aquellos cuatro chicos estaban muertos, y ella viva. Viva, pero ilesa. Viva,

pero empapada de sangre. Viva, pero con un rancio sabor a carne en la…

Una profunda arcada le sobrevino y Luna dobló el cuerpo hacia un lado para vomitar.

“¿Qué ha pasado?”, pensó. “¿¡Qué coño ha pasado!?”. Luna vio el vomito sobre las

piedras, y con el olor le sobrevino otra arcada. “¿Qué es esto? ¿¡Por qué estoy

vomitando!? ¡Si no tengo nada en el estómago!”, la solidez de su vomito desmentía ese

hecho. “No. ¡No he comido nada!”, las imágenes de los cuerpos sin vida de aquellos

cuatro chavales pasaron de forma fugaz por su mente, una detrás de otra. “No.”, se llevó

las manos a la cabeza, intentando borrar aquellas visiones. “¡No! ¡¡No!! ¡¡¡NO!!!”.

Luna corrió. O más bien huyó. De aquel lugar, de aquellos recuerdos, de su

ensangrentado reflejo en el agua. Algo había pasado. Algo terrible que la afectaba de
lleno. “¿Qué he hecho?”, pensó, mientras los árboles pasaban fugazmente a su

alrededor. “¿¡Qué demonios he hecho!?”. Corría con los ojos anegados en lágrimas. Los

guijarros, las ramitas y el resto de accidentes del camino la arañaban y se le clavaban en

las plantas de los pies. Luna notó como cada vez iba más deprisa. Estaba llegando al

lindero del bosque. Apunto de huir de aquel maldito lugar. Pero los rostros muertos de

aquellos chavales flotaban frente a ella, y la llamaban con voces susurrantes.

- No – les dijo en voz alta – Dejadme… ¡Dejadme en paz! – su pie tropezó con un

tronco caído y Luna cayó al suelo. Lo último que vio fue el pedrusco que la

esperaba en este, dispuesto a chocar con su cabeza.

***

La luz que entraba por la ventana la hizo desperezarse en su lecho, y Luna abrió los

ojos. Se encontraba en una habitación desconocida, durmiendo en una cama

desconocida, y el ambiente estaba cargado de un olor a viejo y a animal. Se giró al oír

cómo giraba el pomo de la puerta de la habitación:

- Vaya, ¿por fin te has despertado? – la saludó una mujer anciana ya bien entrada

en los setenta, por el aspecto - ¿Qué tal has dormido? – Luna parpadeó varias

veces hasta ponerse en situación.

- B-Bien – se limitó a decir. Tampoco quería alargar mucho aquello y decidió ir al

grano, aunque aún estaba algo confusa - ¿Podría decirme dónde estoy y cómo he

llegado a aquí? – dijo con una sonrisa forzada. Tenía que mantener una cierta

fachada de educación, cosa que no se le daba bien, pero creía que el intento

resultaba bastante convincente.

- En mi casa – le contestó la ancianita sonriente – Bueno, la casa es de mi marido,

pero soy yo quién lleva las riendas del hogar, no sé si me entiendes – la sonrió –
Estás en la granja de “Soto de Luna”, propiedad de la familia González Montilla.

Bueno, es propiedad de mi marido, pero soy yo quién da de comer a los bichos,

no sé si me entiendes – la sonrió de nuevo. Luna le devolvió la sonrisa, esta vez

sincera. Esperó paciente a que la anciana prosiguiera – En cuanto a cómo

llegaste aquí… Mi marido te encontró tirada en el bosque cuando salió esta

mañana a cazar conejos, con mi nieto – Luna se palpó el cuerpo al recordar que

había vagado por el bosque desnuda. Notó el roce de la tela – El pijama que

llevas era de mi hija. Es una suerte que tengas la misma talla que ella – la sonrió

por tercera vez.

Luna ya había tenido el tiempo suficiente para asimilar todo lo que había pasado

antes de que perdiera el conocimiento. Estaba más descansada de lo que había

estado en semanas. Al recordar que debería estar en el refugio, se sobresaltó.

- ¿Cuánto tiempo llevo dormida? – preguntó.

- Pues, son las cinco de la tarde, mi marido te trajo a eso de las dos… Pues no lo

sé, la verdad – fue su respuesta – Supongo que sería más apropiado preguntarme

el día al que estamos. Hoy es jueves veintitrés de febrero – dijo.

“Jueves veintitrés”, pensó Luna. “Ayer noche fue veintidós. No he dormido tanto”,

se dijo aliviada. Después recordó que la anciana también estaría algo intrigada

respecto a ella.

- ¿No va a hacerme ninguna pregunta? – inquirió.

- ¿Me la responderías? – le contesto la anciana.

- Supongo que depende de la pregunta – aclaró ella.

- Bien. En primer lugar, ¿quién eres tú? – Luna puso cara de perplejidad. Pensaba

que aquella vieja iba a malmeter más, ¿pero preguntar algo tan simple? Luego
cayó en la cuenta de que era lo más lógico. Lo había perdido todo: mochila,

cartera, dinero, ropa, documentación…

- Me llamo Luna – se presentó - Luna Losada Del Valle, si quiere más detalles.

- ¿Y qué hacías sola en el bosque, Luna? – preguntó. “Bueno, al menos no quiere

tocar los temas morbosos”, pensó.

- Me perdí – empezó – Estaba en medio de una excursión, con mi instituto, y

acabé separándome del resto del grupo – no era del todo mentira.

- ¿Saben tus profesores dónde estás? – quiso saber la anciana.

- Pues no – “Y desde luego no parece importarles mucho”, se dijo ella – Íbamos a

pasar unos días aquí, en Somosierra, en el refugio de “Mirador de los Abedules”.

- Ah, pues eso no está muy lejos de aquí – dijo la anciana – Si quieres mi marido

puede llevarte allí luego en coche.

- No, señora, tampoco hay razón para que se… - empezó.

- ¡Insisto! – le cortó la mujer – Piensa que tus profesores deben estar en vilo, más

siendo una menor como eres. Cuando vuelva de enterrar a unas ovejas, le diré

que te lleve. ¿Quieres comer algo mientras esperas?

- ¿E-Enterrar a unas ovejas? – preguntó, extrañada.

- Sí, bueno. Verás, mi marido le tiene mucho apego a los animales que cría y…

- Vaya, lo siento – Luna nunca había tenido animales de compañía. No sabía si los

animales de granja serían algo comparable, pero bueno, tampoco quería parecer

una insensible - ¿Fue de muerte natural? – preguntó.

- Ah, no, que va – contestó la mujer – Verás, la otra noche nos despertamos ante

los balidos que venían de fuera. Por lo visto, un lobo se había colado en el redil

y estaba devorando nuestro ganado – empezó – Mi marido salió a ahuyentarlo

con la escopeta y cuando lo vio, se meo en los pantalones – una ligera sonrisa se
le dibujo en el rostro – Sí, sí, tal y como lo oyes. Se meo – puntualizó – Yo no lo

vi, pero por lo visto aquel lobo era inmenso. Mi Paco dijo que casi parecía un

oso – señaló – Exageraciones suyas, supongo. Al final consiguió pegarle un tiro

al bicho, y lo único que consiguió fue cabrearle más. Me dijo que cuando

aquella bestia estaba a punto de saltarle encima, algo la hizo cambiar de idea y

se alejó, con casi cinco de nuestras ovejas en su estómago – terminó, apenada.

Otra vez un lobo. ¿Por qué? Aquello parecía no dejar de martirizarla. Sea como fuera, la

descripción encajaba con el posible asesino de aquellos cuatro chavales. Y sea lo que

fuera, parecía un aliado suyo, al no haberla hecho nada. Pero Luna no podía olvidar

como había amanecido esa mañana. Ni podía olvidar el reflejo de su rostro manchado

de sangre. Ni el mordisco de aquel lobo. Ni la visión de la luna llena. Sí, aquella cosa

podría ser una bestia salvaje que la había echado una mano altruista. Pero por lo que a

ella respectaba, también podía tratarse de… “¡No!”, pensó firmemente. No quería

volver a aquellas ideas. Ya había salido de aquello. Estaba más cerca de sus compañeros

y de casa. Preferiría que aquella noche y la mañana de aquel día se quedaran sólo en

eso, en un mero recuerdo…

- ¿Te pongo algo de comer? – la amable voz de la anciana la alejó de sus

pensamientos.

- No hace falta – la dijo – No tengo ham… - su tripa rugió de forma sonora, y

Luna se sonrojó. La anciana la sonrió.

- No es molestia, chiquilla – la dijo – En seguida te pongo a calentar un poco de

sopa que me ha sobrado de la comida de hoy. Ponte a ojear alguno de los

álbumes de fotos si quieres – dijo señalando una estantería a su derecha. Y dicho

esto se marchó.
Como no tenía nada que hacer, decidió hacer caso a la anciana y cogió el álbum que

tenía más cerca. “2005-2010”, rezaba el título. Luna miró la primera página. Era una

foto de familia en la que aparecía la amable ancianita, junto a los que parecían ser su

marido, hijos, yernos, nueras y nietos. Otras fotos mostraban a un pequeño de unos

tres años jugando con los regalos de reyes. Alguna que otra foto de cumpleaños.

Luna se dio cuenta que el álbum presentaba una elaborada organización en meses y

años. Cada nuevo año, arrancaba con un nuevo retrato de familia, y se percató de

que una de las mujeres de la foto, que aparentaría unos cuarenta años a lo sumo,

dejaba de aparecer en las fotos a partir del 2007. Intrigada, siguió pasando las

páginas hasta que llegó a una que la hizo detenerse en seco. Sentado en un taburete,

con el traje de faena, Manu, el chaval que había amanecido despedazado aquella

mañana, aparecía con un rostro de total seriedad mientras ordeñaba a una vaca. Luna

se quedó perpleja. Volvió a mirar los retratos de familia con más detenimiento, y allí

estaba, siempre con una sonrisa forzada, el tal Manu. El ruido de la puerta al abrirse

la sobresaltó e hizo que se le cayera el álbum de las manos:

- Aquí está la sopa – anunció sonriente la anciana. – Ten cuidado que quema –

dejó una bandejita con el plato de sopa, los cubiertos y unas servilletas en la

mesilla de noche a su izquierda – Ah, ¿has mirado el álbum? ¿A que tengo unos

nietos encantadores? – Luna aún estaba en estado de shock. Finalmente se

recobró, cogió la bandeja y se la puso en el regazo. Luego agarró el álbum y se

lo ofreció a la anciana.

- ¿Podría decirme cómo se llaman? – la preguntó, con una sonrisa que pretendía

ser cortés.

- Oh, claro – dijo la anciana – Este es Javier – dijo señalando a un niño rubito, que

parecía bastante inquieto – Es el hijo de Tomás, mi hijo mayor, y mi nuera,


Susana – señaló a ambos, un hombre de gafas entrado en los cincuenta, y una

mujer que malamente conseguía disimular sus cuarenta y muchos – Este es

Damián, - dijo señalando a un chaval en plena pubertad – y Ana – señaló a una

niña morena de unos diez u once años – Son los hijos de mi hijo Julián, el

mediano – señaló a un hombre calvo de unos cuarenta y pico años – Su esposa

no aparece, porque se separaron – aclaró – Y estos son Luis, – señaló un niño

pequeño de unos nueve años – y Manuel, el mayor de mis nietos – señaló al

Manu que ella conocía – Son los hijos de mi yerno José y mi hija Gloria, que en

paz descanse – Luna se fijó en que aquella era la mujer que faltaba en los

retratos familiares de 2007 en adelante. La pareja estaba ya entrada en los

cuarenta.

- Vaya, la acompaño en el sentimiento – dijo apenada.

- Gracias, corazón – dijo la anciana, con los ojos un poco lacrimosos – Lo

llevamos muy mal en su día, pero los que peor lo pasaron fueron sus hijos, en

especial el mayor. El bueno de mi Manuel se ha estado juntando con indeseables

últimamente y temo que lo acaben pervirtiendo – dijo – Es un buen chico, pero

es demasiado cabezón como para hacerle caso a su abuela – sonrió apenada – Ya

sé que es joven y mayor de edad, pero ayer salió a eso de las ocho y mira que

horas son, ¡casi las seis y aún no ha vuelto! - “Tu nieto está muerto”, habría

querido decirle Luna. De pronto el timbre sonó.

- ¡Oh! – exclamó la anciana – Ese debe ser mi Paco – señaló – Bueno niña, te

dejo. Cómete esa sopa y ahora te traigo algo de ropa para que te vistas.

El recuerdo de Manu la había quitado el apetito. Luna dejó la bandeja en la mesilla

de noche y volvió a mirar la foto de familia. El rostro de Manu y su media sonrisa.

Recordó la advertencia que el chico le había lanzado a Tony la noche anterior. “Ten
cuidado, Tony”, había dicho. “¡La loba sabe defenderse!”. Luna cerró el álbum, con

una sonrisa apenada. “No sabía cuánta razón tenía”.

“Nacida en Luna Llena”. Novela online. Andrés Jesús Jiménez Atahonero. Todos los derechos reservados.

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